El Mensajero de Allah ﷺ dormía con equilibrio. Consideraba el sueño como una bendición de Allah, un medio para ayudar al siervo a cumplir con la adoración, el trabajo y la llamada hacia el bien. El sueño, para él, no era una costumbre de los negligentes, sino parte de su adoración y organización diaria. Le disgustaba quedarse despierto en vano, y después de rezar el ‘Isha, dormía temprano. Dijo: “No hay desvelo después del ‘Isha”, para comenzar su noche con obediencia y descanso. Luego se levantaba en la última parte de la noche para invocar a su Señor y rezar, diciendo: “Oh Allah, a Ti pertenece toda la alabanza; Tú eres la Luz de los cielos y la tierra…” en su oración nocturna. Así, su sueño estaba organizado, unido al recuerdo y la oración —ni caótico ni perezoso.
El Profeta ﷺ hacía ablución antes de dormir, tal como para la oración. Luego se acostaba sobre su lado derecho, colocando su mano derecha debajo de su mejilla derecha, y suplicaba: “Oh Allah, en Tu nombre vivo y muero.” No descuidaba las invocaciones del sueño, sino que recitaba Ayat al-Kursi, ya que protege del demonio hasta el amanecer. También juntaba sus manos, soplaba en ellas, recitaba la sura al-Ikhlāṣ y las dos suras protectoras, y se pasaba las manos por el rostro y el cuerpo tres veces. Este cuidado por el recuerdo y la pureza antes de dormir nos enseña que el creyente no se entrega al descuido, sino que termina su día conectado con Allah.
Él ﷺ prohibió dormir boca abajo, diciendo: “Esa es una postura que Allah no ama.” A veces dormía sobre su lado derecho, a veces sobre su espalda, siempre con moderación. Promovía un sueño equilibrado, ni excesivo ni escaso, y dijo: “Tu cuerpo tiene un derecho sobre ti.” Es decir, no se debe agotarlo ni privarlo de descanso, pero tampoco excederse en dormir hasta perder beneficios espirituales.
Su cama era modesta, sin lujos ni excesiva comodidad. Un día, algunos compañeros vieron marcas de la estera en su costado noble y dijeron: “¡Oh Mensajero de Allah! ¿No deberíamos hacerte un colchón más suave?” Él respondió: “¿Qué tengo yo que ver con este mundo? Soy como un viajero que busca sombra bajo un árbol, y luego lo deja y sigue su camino.” Este momento revela el valor del desapego y la satisfacción. La comodidad del Profeta ﷺ no residía en la suavidad del colchón, sino en la serenidad del corazón y la complacencia con Allah.
Y cuando despertaba, alababa a Allah, diciendo: “Alabado sea Allah, quien nos dio vida después de habernos hecho morir, y a Él es el regreso.” Comenzaba su día con el recuerdo de Allah, hacía ablución, rezaba dos rak‘ahs ligeras del Fajr, y entraba en su día con energía y determinación. ﷺ Amaba tomar una siesta a medio día, aunque fuera breve, y dijo: “Tomad la siesta, pues los demonios no la toman.” Esto le permitía equilibrar el esfuerzo de la noche y del día, y renovar su energía.
El sueño del Profeta ﷺ no era negligencia, sino adoración, comenzaba con pureza y terminaba con alabanza. Dormía con la intención de fortalecerse para obedecer a Allah, y se despertaba con la intención de acercarse a Él. Cada uno de sus actos era una lección para la ummah: que el creyente no debe dejar que pase ningún momento sin recuerdo ni intención sincera. Nos enseñó que el sueño no es un fin, sino un medio; cuando se usa bien, se convierte en adoración.
Así era el sueño del Profeta ﷺ: simple, organizado, lleno de recuerdo y pureza, marcado por la satisfacción con lo poco, la búsqueda del bien y el equilibrio entre el descanso y la devoción. Quien reflexione sobre su sueño ﷺ se dará cuenta de que organizar el tiempo y formar intenciones sinceras transforma los hábitos más simples en puertas hacia Allah. Sigamos entonces el ejemplo de su sueño ﷺ: organicemos nuestro tiempo, purifiquémonos antes de dormir, durmamos con el recuerdo de Allah, y despertemos con gratitud hacia Él, para que seamos de aquellos de quienes Allah dice: “Aquellos que recuerdan a Allah de pie, sentados y acostados de lado.”