El Profeta Muhammad ﷺ fue un modelo único de misericordia, respeto y justicia en su trato hacia las mujeres — ya fueran madres, esposas, hijas o creyentes dentro de la comunidad. Nunca las consideró inferiores, a diferencia de las ideas comunes en la era preislámica. En cambio, elevó su estatus, garantizó sus derechos, y enseñó a sus compañeros cómo honrarlas.
En su hogar, era la persona más amable y gentil. Nunca levantó la mano contra una mujer o sirviente. Ayudaba con las tareas del hogar y mostraba ternura y consideración en cada detalle de la vida familiar.
Con sus hijas, mostraba una gran afecto y profundo respeto. Cuando Fátima entraba, él se ponía de pie para ella, la besaba, y la hacía sentar en su lugar. Decía que ella era una parte de él. Esta actitud resalta la importancia de las hijas en el Islam y demuestra que el amor paternal es un signo de nobleza, no de debilidad.
Con las mujeres en general, mostró humildad y respeto. Incluso una mujer sencilla o sirvienta podía acercarse a él en la calle, y él nunca se negaba a escucharla o atender sus necesidades. No veía esto como una pérdida de tiempo, sino como un acto de grandeza humana.
Incluso cuando enfrentaba la ira o tensiones de algunas mujeres, respondía con paciencia, perdón y sabiduría. Esto no significaba que le faltara carácter; al contrario, sabía cuándo ser firme y cuándo era mejor la amabilidad.
También enseñó a su comunidad la importancia de tratar bien a las mujeres. Dijo que el mejor de ustedes es el mejor con su familia, y se presentó como el mejor con sus esposas. Así, vinculó el valor moral de un hombre a la forma en que trata a las mujeres a su alrededor.
Para el Profeta ﷺ, las mujeres no eran una carga, sino una fortaleza, un pilar del hogar y de la sociedad. Fomentó su educación, dignidad y participación en la vida religiosa y social.